martes, octubre 06, 2009

LA REVOUCIÓN DE ASTURIAS ( vista por el gobierno de Lerroux) Cap. IV

QUINCE DíAS DE COMUNISMO EN MIERES


UNA DEFENSA HEROICA-40 CONTRA 1.000 FUSILAMIENTOS

Miéres vivió quince días de comunismo. Fué el pueblo de Asturías quizá donde mejor se organizaron los comunistas.
Estalló el movimiento a las tres de la madrugada del día 5, sorprendiendo a Míeres casi sin fuerzas para reprímírlo, toda vez que entre los puestos de la Guardia civil de Rebolleda, Murias y Santullano no pasarían de 20 los guardias.
Unidos a un número aproximado de los de Asalto, que llegaron ocasionalmente, no era de extrañar que apenas amanecído estuviese ya toda la población en manos de los revoltosos. No obstante esto, desde la hora antes citada se libraron cruentos combates, resultando algunos muertos, entre ellos el sargento de la Guardia civil de Murias, un hijo de éste y la mayoría de los guardias de Asalto con el teniente los cuales hicieron una heroica defensa en su cuartel, Instalado en el Palacio de la Villa, frente a una muchedumbre muy superior a los 1.000 hombres, armados con toda clase de armamento moderno, así como bombas y dinamita. Los de¬más guardias y fuerzas llevados a Míeres se rindieron al fin, siendo desarmados, atados y custodiados por los revolucionarios, convirtiéndose una de las salas de la Casa del Pueblo en prisión, donde fueron encerrados. Varios fueron fusilados.
Poco después, este mismo edificio había de ser el cuartel general de donde hablan de partir órdenes, personal de lucha, armamentos, municiones, etc.
Una vez ya triunfante la revolución, tomaron todos los polvorines, conduciendo la mayoría de los explosivos a la Casa del Pueblo. Tomaron el Ayuntamiento, Registro civil, Juzgados de instrucción y municipal y Archivo.

LOS REBELDES ASESINAN A TRES SACERDOTES Y A UN GUARDA
El día antes de que se posesionaran los revoltosos de la población un grupo asaltó la residencia de los Padres Pasionistas, haciendo esta-llar en el interior cartuchos de dinamita, que la destruyeron. En sus inmediaciones fueron muertas dos personas que huían, vestidas de seglares, pero que resultaron ser padres pasionistas. Fué apresado el párroco, D. Hermógenes Hernando. El dia 7, unos Individuos se presentaron en la pensión en que vivía el guarda de un grupo minero, llamado Joaquín Lobo, dándole muerte, También fué muerto un sacerdote, cura de San Esteban.

ASALTO A LOS BANCOS

Los revolucionarios pusieron en libertad a los presos. y cometieron. diversos saqueos. Se llevaron todo el tabaco que había en los depósitos de la Arrendataria y los géneros de varios almacenes de ultramarinos. A las tiendas pequeñas las sometieron al régimen de expoliación por medio de los vales.
Varios revolucionarios fueron al Banco Asturiano y al Banco Herrero y se llevaron 102.000 pesetas. Los que cogieron el dinero se fugaron inmediatamente.




COMO FUERON ASESINADOS EN TURON EL INGENIERO D. RAFAEL DEL RIEGO, DOS JEFES DE CARABINEROS, VARIOS HERMANOS DE LA DOCTRINA Y DOS EMPLEADOS DE LA MINA

Hulleras del Turón es quizá la más importante de las factorías mineras del valle del Caudal. Ellas solas dan trabajo a 3.000 obreros; es, pues, el de Turón uno de los núcleos mineros más importantes de la provincia, con gran cantidad de mineros de aluvión, fáciles a la propaganda extremista. Quizá por ello los sucesos tuvieron aquí caracteres no acusados en otros lugares.

Ya desde el primer momento, los revoltosos apresaron a numerosas significadas personas. El día 5, por la tarde, lo fueron el ingenero director de las Hulleras del Turón, D. Rafael del Riego, y numerosos empleados, entre los que se encontraban D. Cándido del Agua y don César Gómez, y el día 6, D. Lorenzo Polidura, director de las Escuelas de las Húlleras; D. Héctor y D. Rosario Sanz, D. José Baltasar, los profesores de la Escuela,
D. Ramón Martínez y D. Wifredo Fernández; los ingenieros D Francisco Frema, D. Luís Bertíer, don Sebastián Báez y D. José Fernández; el ecónomo doctor D. Manuel Capellán, el cocinero Fílomeno López, el pasionista de Mieres P. Inocencio, el teniente coronel de Carabineros D. Manuel Luengo y el comandante del mismo Cuerpo don Norberto Muñoz, apresados en Oviedo, y cuatro Hermanos de la Doctrina Cristiana que ejercían la enseñarza en Turón. Todos fueron conducidos a la Casa del Pueblo.

LOS FUSILAMIENTOS -UNA PÁGINA DE HORROR.- 17 FUSILADOS

Los revolucionarios tenían ya pre¬meditados varios fusilamientos. La prueba de la premeditación es que inmediatamente después de efectua¬das las detenciones que hemos mencionado comenzó, en el cementerio, la construcción de fosas, destinadas a los cadáveres de los que habían de ser fusilados.
El día 11 fueron conducidos de la Casa del Pueblo al cementerio el teniente coronel de Carabineros dan Manuel Luengo, el comandante don Norberto Núñez, el director de las Escuelas de la Hullera, D. Loren¬zo Polidura, y los cuatro profesores, Hermanos de la Doctrina Cristiana y el pasionista padre Inocencio. Fusilados junto a las tapias del cementerio, se arrojaron los cadáveres en las fosas ya preparadas... El día 12 hubo nuevos fusilamientos. Estos fueron los del director de la Hullera, D. Rafael del Riego; del jefe de los guardas jurados, Cándido del Agua; del empleado y corresponsal del periódico de Oviedo Región, don César Gómez; del cocinero Filo-meno López y de D. Héctor y don Rosario Sanz, D. José Baltasar, don Ramón Martínez y D. Wifredo Fernández.
El guarda jurado, Laudelino Vegas, ha hecho por su parte el siguiente relato:
«Yo estaba -dice- de vigilancia en el pozo de la mína, cuando me dió el alto una patrulla de hombres armados con escopetas. Me íntimaron para que entregase el arma; pero les dije que no lo haría y que me llevaría por delante al que lo intentase. Pues, quieras que no, tienes que venir ante el Comité revolucionario que se ha constituido- me dijeron. Echamos a andar. A pesar de mis precauciones, saltaron sobre mi, y a viva fuerza me arrancaron el rifle. Fui conducido prisionero a la Casa del Pueblo. Allí me encontré Con el director, D. Rafael del Ríego. El primer día estuvimos juntos en una misma habitación. Luego vinieron otros prisioneros A los ingenieros los pusieron juntos en una pieza, y a mi me tuvieron en otra, con los guardias. Yo entraba, sin embargo, en la habitación de los ingenieros para atenderlos en lo que necesitaban. Fueron llegando nuevos prisioneros. Dos jefes de Carabineros que los rebeldes habían apresado en Oviedo; varios Hermanos de la Doc¬trina y un misionero; guardias civiles, capataces, empleados de la mi¬na, guardas jurados... Todos dormíamos en el suelo. No nos dieron más que una manta para que nos liásemos en ella.
Nuestros carceleros tenían un humor desigual. Tan pronto nos amenazaban con matarnos como nos anunciaban que nos dejarían en libertad e indemnes. Había, sin embargo, uno de ellos que parecía tener sobre todos los demás cierta autoridad militar. Se llamaba Fermín; llevaba una camiseta roja; y en las bocamangas, unas insignias de no sé qué jerarquía en el titulado ejército rojo.
Llevaba colgada una gran pistola ametralladora, que creo ha pertenecido al director, y cuando estaba ante nosotros jugueteaba con ella. Una noche se quedo mirándonos con una sonrisa feroz, y dijo, acarician¬do la pistola: -Mañana trabajarás. No te impacientes. Estas amenazas nos tenían asustados, pero a fuerza de repetirlas llegó un momento en que no las creíamos. Hubo un día que transcurrió en completa calma. Los guardias ro¬jos ni siquiera aparecían ante nos¬otros. Al día síguiente, la cosa empeoró. Venían ya frenéticos, desesperados, y delante de nosotros hablaban de asesinarnos.»


LOS PRISIONEROS ENLOQUECEN


«El guardia Dacal estaba grave¬mente enfermo. Padeció mucho an¬tes de que le trasladaran a su domicilio. El maestro sastre, D. Francisco G. Arias, enloqueció en la prisión. No accedieron los guardianes a que fuese recogido por su familia, y lo enviaron a Oviedo a un manicomio.
Los rebeldes nos invitaban a que nos sumásenos al movimiento. Invitaron también a los Hermanos de la Doctrina, amenazándoles con que, si no iban al frente a luchar contra las fuerzas del Gobíerno, los llevarían por delante, sin armas, para que los matasen. Al cura párroco de Turón le amenazaron igualmente. Contestó que no iría al frente más que para cumplir su ministerio, y vestido de sacerdote.
Aquellos días marchaban muchos rebeldes a Pola de Lena para tomar parte en las batallas con las columnas que venían da León. To¬dos los días veíamos caras nuevas de mineros de otros pueblos, que se detenían en Turón, de paso para el frente.
Al fin, una noche, seria próximamente la una, Se presentó una patrulla roja e hizo salir a 11 de los detenidos. Formaron con ellos una fila. Al trente de ella Iban los dos jefes de Carabineros; luego, los Hermanos de la Doctrina, de dos en dos, y, finalmente, los paisanos. No los sacaron esposados. Les dijeron que iban a llevarlos al frente. El jefe del grupo se volvió a nosotros y nos dijo:
-Esos quedan para mañana.
Apenas salieron y vimos el camino que tomaban, advertimos con horror que los llevaban al cementerio para fusilarlos. Estuvimos escuchando angustiosamente. Un cuarto de hora después, hacia la una y media, Oímos una descarga cerrada, que sonaba de la parte del cementerio. Nos dimos cuenta in¬mediatamente de que el crimen ho¬rrendo se había consumado. Posteriormente hemos sabido que, efectivamente, llevaron a los 11 prisioneros al camposanto, donde el sepulturero del pueblo y una patrulla de revolucionarios habían estado cavando durante el día unas largas zanjas, ante las cuales les pusieron, pegados a las tapias. Desde el centro del cementerio dispararon contra ellos, y luego los arrastraron hasta la zanja y los enterraron. A la noche siguiente, sería próximamente la misma hora, se presentaron de nuevo los de la patrulla. Esta vez llamaron en primer término al director. Don Rafael del Riego, que hasta el dia anterior habla conservado toda su entereza, se mostraba muy abatido. No creyó, sin embargo, que le llevaban al cementerio para asesinarle. Creía, efectivamente, que le conducían al frente para que con su cuerpo les sirviese de parapeto frente a las balas del Ejército. Cuando salía se volvió a uno de los guardias rojos que le conducían:
-¿Me permite usted volver por el paquete de cigarrillos, que me he dejado olvidado?
Se le permitió. A los pocos minutos olmos la descarga. Luego, un tiro de gracia. Riego habla muerto.»



EN LA CUENCA DE LANGREO.-LA MUERTE GLORIOSA DE 87 HEROES


Como si fuera una señal convenida para que secundaran el movimiento todos los pueblos de Langreo, en Sama estalló una bomba de gran potencia a las tres y medía de la tarde del viernes 5. In¬mediatamente fueron apareciendo grupos armados, que se concentraron rápidamente, distribuyéndose para atacar los cuarteles de la Guardia de Seguridad, de Asalto y de la Guardia civil,

LA HEROICA DEFENSA DE LOS GUARDIAS CIVILES Y DE ASALTO

Al mismo tiempo, los rebeldes emprendieron el ataque al edificio que servia de cuartel a las fuerzas de la Guardia civil y de Asalto, cuartel situado en la avenida del Primero de Mayo, con fachada posterior a la calle de Carmen Arenas. Colindantes al cuartel se encuentran dos edificios: uno de la Duro-Felguera, y otro que ocupaba un gran comercio. Mandaba la fuerza alojada en el cuartel el capitán de la Guardia civil Sr. Alonso Nart, y formaban aquélla 30 guardias civiles y 40 guardias de Asalto.
No menos de ¡treinta y dos horas! duró el ataque y la defensa de este cuartel, cuya fachada principal estabá asediada desde los balcones de las casas fronteras e in¬mediatas, y desde todos los huecos hábiles; y la fachada posterior, des¬de unos talleres, en que los revoltosos se encontraban parapetados. E1 ataque fué intensisimo, empleándose todos los medios: ametralladoras, bombas de mano, dinamita, todo en gran cantidad. Los sitiados abrieron boquetes en las paredes de las casas colindantes, por donde pasaron al establecimiento de la Duro-Felguera los familiares de los guardias sitiados.


UNA SALIDA A LAS TREINTA Y DOS HORAS DE COMBATE

En estas condiciones, y bajo la dirección del capitán Nartal, las fuerzas decidieron abandonar su cuartel, con el capitán Nartal al frente, utilizando las bombas de mano que les quedaban, ya que habían casi agotado las municiones. El capitán consiguió llegar al puente sobre el Nalón, seguido de algunos números, que fueron cayendo por el camino; los restantes guardias, que no tenían ya municiones, fueron muertos al saltar la pared de una finca de labor. Entre ellos estaba el ordenanza. El capitán cogió el fusil y disparó los dos únicos tiros que tenía, matando a otros tantos revolucionarios. Acto seguido se refugió en una chavola, y una mujer avisó a los revoltosos. Estos le pidieron se rindiese, y al negarse a ello, dispararon, matándole.


TERRIBLE LISTA DE BAJAS ENTRE LA FUERZA PÚBLICA DE SAMA 87 MUERTOS...-LOS REVOLUCIONARIOS FUSILAN A LOS HERIDOS

Parece que en el cementerio de Sama, después de estos dos asaltos, se encontraban 87 cadáveres, entre ellos los del capitán Nartal y los de los tenientes Halcón, Ramos y Llovera; el resto, entre guardias de Asalto, Guardia civil, guardias de Seguridad y agentes de Policía. Desde luego, pocos fueron los que escaparon con vida de la trágica lucha. Los que cayeron prisioneros, unos 12 en total -entre ellos el teniente Llovera, gravemente herido-, fueron fusilados en el cementerio de Sama.


MUERTE DEL CURA PÁRROCO Y DE UN INGENIERO DE LA FÁBRICA

Fué una de las primeras victimas, si no la primera, el cura párroco de Sama, D. Venancio Prada Morón. Al estallar una bomba colocada en la iglesia salió a la calle el párroco, y en ella fué muerto de un balazo. Esto ocurría el primer día de revuelta, y el cadáver no fué recogido hasta dos días después.
También fué muerto en los primeros momentos el ingeniero de La Felguera Sr. Arango. Inmediatamente después de haber estallado el movimiento, uno de los grupos se personó en su domicilio, apresándole. Fué muerto cuando le llevaba la «guardía roja» a la Casa del Pueblo.

ROBOS Y ASALTOS

Detuvieron los revolucionarios a los directores del Banco Herrero y del Crédito Local. Del primer Ban¬co se llevaron 186.000 pesetas, y del segundo, 127.000. El primer atraco parece que estuvo dirigido por un maestro de escuela. También se llevaron los revolucionarios 10.000 pesetas en duros. Se apoderaron, además, de todos los géneros de la Cooperativa de la Duro-Felguera, que se llevaron al teatro Llaneza, donde establecieron sus depósitos.
Depositaron allí, igualmente, 2.000 fusiles procedentes de la fábrica de armas


DETALLES DEL TERRIBLE CHOQUE DE LA GUARDIA CIVIL CON LOS REVOLUCIONARIOS EN CAMPOMANES

«Los guardias del cuartel de Campomanes -ha dicho el propietario de una fábrica de pastas para sopa que hay a la entrada del pueblo- estuvieron resistiendo a los grupos rebeldes que venían de Pola de Lena, desde la madrugada hasta cerca del mediodía. A esa hora no pudieron resistir más. El sargento-comandante del puesto resultó herido a consecuencia de la explosión de una bomba, y falleció cuando era conducido al hospitalillo. Cuando se le llevaban se le oía pedir agua; sus aprehensores le daban culatazos. Los cuatro guardias restantes pudieron escapar al monte, donde buscaron refugio. Sus familias fueron recogidas por algunos vecinos.
Poco después de haberse rendido el cuartel de la Guardia civil de Campomanes aparecieron en la carretera, procedentes de León, un automóvil de turismo y un camión con 35 guardias. El camión, a la entrada del pueblo, se detuvo, y los guardias echaron píe a tierra, a la altura de mi fábrica. Desplegados en guerrilla avanzaron con precaución hacia el centro del pueblo. Había en éste muchos centenares de hombres armados. Antes de que los guardias pudiesen penetrar en el poblado les hicieron una descarga. Contestaron ellos y se entabló un terrible tiroteo. Los guardias, ante la presión de una enorme masa de revoltosos tuvieron que retroceder. Entonces fué cuando se hicieron fuertes en mi fábrica.
Aprovechando las ventanas como parapetos estuvieron disparando contra la muchedumbre que les atacaba. A medida que la resistencia de la Guardia civil se prolongaba, afluían a Campomanes nuevos núcleos de rebeldes combatientes, que venían de toda Asturias en automó¬viles y camionetas.
En uno de los asaltos a la fábrica donde los guardias se habían atrincherado, los revoltosos levaban en vanguardia a uno de los guardias civiles del puesto de Campomanes, qué se había rendido, llamado Benjamín. Avanzaron poniéndole delante, pero los guardias refugiados en la fábrica de sopa, al verse amenazados, no obstante la presencia de su compañero, dispararon, procurando no herirle. Retrocedieron un poco los revoltosos, y en el revuelo que se produjo, el guardia prisionero pudo escapar y unirse a sus camaradas.
Desde las tres hasta las seis de la tarde estuvieron resistiendo los guardias en la fábrica. Los asaltantes serian unos 3.000. En el interior del edificio murieron cuatro o cinco de los guardias. Cuando ya era imposible resistir más intentaron una salida. El oficial que mandaba la fuerza salió por la puerta trasera, seguido de los guardias supervivientes, y se dirigió a los rebeldes dispuesto a parlamentar. Una desearga cerrada le hizo caer a tierra ensangrentado. La muchedumbre se precipitó sobre el cuerpo inerme del oficial y le golpeó hasta dejar el cadáver con terribles magullamientos.
Los guardias que iban tras él intentaron hacer frente a los revolucionarios, pero sucumbieron. también. Uno, de ellos se encerró en una casetita que hay a la espalda de la fábrica, y allí dentro le asesinaron. Otros pretendieron escapar por los maizales próximos, pero fueron descubiertos y asesinados. Uno que iba herido por el caminillo que escala los cerros próximos, por detrás del pueblo, fué descubierto por una patrulla.
Se entregó a los revoltosos, y le llevaban prisionero cuando uno de los «guardias rojos» se adelantó a sus compañeros, diciendo:
-A éste me lo cargo yo.
Y echándose la escopeta a la cara, le deshizo la cabeza de un trabucazo a bocajarro.
Vea usted -sigue diciéndonos siempre el propietario de la fábrica de pastas- en el interior de la fábrica las huellas de la espantosa resistencia que hicieron los guardias. Este balazo -y señala un impacto que hay en la pared, a la altura de un hombre- mató a uno de los guardias que desde esta ventana hacía fuego contra los rebeldes. Aquí, entre los sacos de harina, encontramos el cadáver de otro guardia, que, ya herido, debió venir a refugiarse en este rincón con las ansias de la muerte. Esta jarra manchada de sangre la tenía entre las manos uno de los guardias asesinados...
En total, nosotros recogimos diez cadáveres. Los demás debieron llevárselos los revolucionarios a Peía.


LA DESESPERADA RESISTENCIA HECHA A LOS REBELDES EN VEGA DEL REY -DETALLES DRAMÁTICOS

Tras la Guardia civil, que fué batida en Campomanee, llegaron las fuerzas de la columna del general Bosch, que en los primeros momentos avanzaron hasta Vega del Rey. En unas casas que hay a la entrada de este pueblo, en las que tenía establecido un comercio D. Cándido Rodríguez, se instaló el propio general Bosch con su Estado Mayor. Los soldados establecieron la vigilancia debida alrededor de este recinto, en el que se dispusieron a pasar la noche los jefes del Ejército. Las familias que allí vivían no se retiraron. Los rebeldes, que sigilosamente habían ido ocupando las alturas, que en este lugar dominan estratégicamente la carretera, se lanzaron impetuosamente al ataque del alojamíento del general. Emplazaron varias ametralladoras y cañones y comenzó un verdadero sitio. Las tropas iniciaron varias descubiertas, pero fueron terriblemente castigadas por el fuego que les hacían los revolucionarios desde las lomas próximas, que tenían ocupadas. El capitán Pavés, que salió a hacer una descubierta, quedó muerto en una de aquellas lomas.
Se organizó la defensa de las casas donde se había refugiado Bosch con su Estado Mayor Las ventanas fueron aspilleradas con piedras de la carretera, y en las galerías se hicieron verdaderos parapetos con todos los materiales útiles para ello que había en la vivienda.
Soldados y civiles, todos los que pudieron empuñar un arma, estuvieron disparando contra los núcleos de rebeldes que les sitiaban. En la pieza más protegida de la casa, que tiene escasamente tres metros de larga por dos de ancha, se metieron las mujeres y los chicos, unas veinte personas en total. Durante muchos días, medía docena de criaturas estuvieron en un rincón de aquella pieza sin poder moverse. Para que descansasen, los metían a todos debajo de una cama.
Vinieron refuerzos desde Campomanes, y el general Bosch pudo evacuar las casas sitiadas, teniendo la fuerza que abrirse paso bajo un fuego terrible de los rebeldes. Acudió la artillería en socorro de los sitiados. pero el tiroteo de los mineros impidió el emplazamiento de las piezas en lugares estratégicos. Un teniente de Artillería fué herido de un balazo, y varias de las caballerias que arrastraban las piezas fueron muertas, teniendo que quedar los cañones junto a la casa sitiada, en lugar protegido.

Empezó entonces el cañoneo de los rebeldes. Afortunadamente, las balas no tenían espoleta y no hacían más que perforar los muros. De lo contrarío, todos los infelices seres refugiados en aquellas casas hubieran perecido. Un cañonazo abrió un boquete en el muro, por el que pasaban constantemente las balas de los fusiles enemigos. Así se fueron sucediendo los dias. Los víveres empezaron a escasear. A los niños se les entretenía dándoles de comer las cosas más diversas e impropias. Vinieron más fuerzas de Campomanes a auxiliamos en la defensa, pero no era posible batir a los rebeldes que nos sitiaban, que cada día eran más numerosos. Las baterías de la columna de León, desde Campomanes pudieron, al fin, bombardear los reductos del enemigo. Frente a las casas sitiadas de Vega del Rey, en el sitio llamado Rasa de Arriba, una patrulla de ocho soldados consiguió hacerse fuerte. Allí estuvieron durante muchas horas tiroteándose con los rebeldes, y como éstos no pudieran vencer la resistencia de aquellos bravos muchachos, discurrieron una terrible estratagema, Acercándose sigilosamente uno de los rebeldes, colocó cerca de la casa donde estaban refugiados. los soldadós una banders roja, de manera que fuese bien visible desde las posiciones del ejército de Camponanes, con la intención de que la artillería bombardease a sus propios camaradas.
En uno de los intervalos de la lucha, los defensores de las casas sitiadas de Vega del Rey vieron avanzar por el prado próximo, al otro lado de la carretera, a un hombre vestido de paisano que llevaba una bandera blanca. Este hombre, que al principio creyeron era un casero de Roncón, resultó luego ser otro individuo. El parlamentario se puso al habla con alguno de los hombres civiles que habla en las casas sitiadas. Salió a parlamentar el propietario de Pola de Lena, Sr. García Tuñón, que se hallaba con los sitiados por haberle sorprendido allí los acontecimientos cuando regresaba de Valladolid.
El emisario intímó a los defensores de las casas para que se rindiesen.
-Dígalo usted así a los jefes de la fuerza.
-Los defensores de la casa - le contestó el Sr. García Tuñón- son militares y no pueden rendírse.
-Pues si no lo hacen ahora, les advierto que dentro de dos horas llegará hasta aquí mismo un tren blindado de 105 mineros, con fuerzas suficientes, que tomarán esto a sangre y fuego, y entonces no habrá compasión para nadie.
Verificábase el parlamento en la misma carretera, a la puerta de las casas sitiadas. Hablase suspeudído el fuego mientras deliberaban los parlamentarios; pero los soldados, que seguían atentos a la defensa, advirtieron que, mientras se verificaba el parlamento, iban avanzando cautelosamente unos 20 hombres, provistos de bombas de mano, que cuando se quiso advertir estaban a la puerta misma del edificio y rodeaban a los parlamentarios. Alguno de ellos, considerando ganada ya la partida, se metió en la casa con una bomba en la mano, pero los soldados estaban apercibidos e inmediatamente le sujetaron. Sus compañeros fueron hechos también prisioneros y metidos todos en el interior de la vivienda.
Se abrió el fuego inmediatamente, y los que intentaban el golpe de mano quedaron prisioneros.
Era imposible tener en la casa a los prisioneros, y, para poder moverse en aquel estrecho recinto, se decidió que los prisíoneros fuesen colocados en la parte de afuera de la casa, atados y resguardados en lo posible por el pretil de la carretera, que en aquel lugar forma un parapeto.
Así se hizo; pero como loe rebeldes seguían tirando contra los sitiados, los prisioneros, que se vieron en peligro, empezaron a dar gritos a sus camaradas, diciéndoles:
No tiréis, camaradas, que nos mataréis a nosotros.


UN CURIOSO DETALLE DE GENEROSIDAD

La furia de los asaltantes era tal, que ni por la consideración de que sacrificarían a sus compañeros se detuvieron. Hicieron una descarga cerrada, y cuatro de los prisioneros cayeron mortalmente heridos. Entonces, los soldados defensores de la casa retiraron, exponiendo sus vidas, a los restantes revolucionarios prisioneros de aquel lugar peligroso, pues hubiesen sido fatalmente asesinados por sus propios compañeros de no retirárselos. Después de diez días de horribles sufrimientos, y cuando ya estaban casi agotados los víveres, llegaron a las casas sitiadas de Vega del Rey las tropas de la columna que man¬daba el general Balmes. Esas fuerzas, de los regimientos de Lugo, León y Astorga, que consiguieron batir a los rebeldes y liberar a los sitiados.


EPISODIOS DE INTENSO DRAMATISMO.-UN HERMOSO Y TRÁGICO CASO DE AMOR CONYUGAL

Como en toda la zona, en Ciaño los revoltosos comenzaron el ataque a la fuerza pública, que, dado su escaso número, no pudo resistir.
Cuando se entregaron, la mayoría de los guardias estaban heridos.
Uno de los episodios más emo¬cionantes de la heroica resistencia hecha por la Guardia civil a los revolucionarios es éste.
En el cuartelillo había cuatro guardias y un cabo, llamado éste Dionisio López Fernández. Todos estaban con sus familias. Uno de los guardias tenía ocho hijos.
A las tres y media de la madrugada comenzó el ataque a la casa-cuartel. La furia de los atacantes crecía con la resistencia de los guardias. Enviaron los revoltosos como parlamentario a un cuñado del cabo. Este se negó a rendirse. Hubo sólo una tregua para que evacuaran el cuartelillo las mujeres y los niños. La mujer del cabo, Julia Frelijedo, se negó a salir, diciendo que estaba dispuesta a seguir la suerte de su esposo. A partir de este momento, la lucha fué feroz. Los guardias, que tenían su vivienda en la planta alta de la casa, se deslizaron por unas sábanas anudadas a la planta baja del edificio, donde había un café, y allí, atrincherados, estuvieron disparando contra los rebeldes. Estos tomaron una tienda próxima, y desde ella arrojaron cartuchos de dinamita sobre la casa-cuartel. Finalmente, la rociaron con gasolina y la prendieron fuego. Cuando ya no pudieron resistir más, porque la casa se desplomaba, intentaron una salida. «!Rendios!», les gritaron. «Estamos rendidos», Contestó el cabo. Pero apenas asomó fué abatido por una descarga cerrada de los revolucionarios. Tras él iba su esposa, Julia Freijedo, que al verle caer se ínclinó para recogerle. No tuvo tiempo de levantarse. Las balas de los rebeldes la hicieron caer, mortalmente herida, ante el cadáver de su marido.
Los demás guardias intentaron abrirse paso bajo un diluvio de balas. Unos de ellos llegó hasta la tienda contigua; pero al abrir la puerta le hicieron desde dentro una descarga. Retrocedió y disparó su máuser sobre los agresores. Estos contestaron, y el guardia cayó mortalmente herido. En la confusión de la salida intentada por los guardias resultó muerto el cuñado del cabo.
Los tres guardias restantes intentaron huir. Uno resultó herido de un balazo en el pecho y con un muslo atravesado. Otro guardia volvió el arma contra si y se suicidó. Sólo consiguió escapar otro guardia, el más viejo de ellos, que mientras los rebeldes remataban o prendían a sus compañeros, consiguió ocultarse en un pajar de las inmediaciones, donde estuvo escondido dos días. Este guardia superviviente se llama Jesús Ortega.
Inmediatamente, los mineros in¬cendiaron la casa-cuartel con los cadáveres del cabo Dionisio y su mujer entre los escombros.

* * *

En Ciaño fué muerto también el ingeniero D. Rafael Rodríguez Arango, director de la Empresa de carbones La Nueva. Contra este señor se habían fraguado ya varios atentados con anterioridad al movimiento.
Los rebeldes, triunfantes, fuerou a su casa el primer día de la rebelión, y a la puerta misma de su vivienda le dieron muerte. Dícese que apenas compareció ante el grupo de mineros, uno de ellos hizo avanzar dos «guardias rojos» armandos de fusiles para que disparasen contra el prisionero.
La familia del ingeniero se hallaba en el interior de la vivienda y advirtió la trágica escena. Fué recogida por un vecino llamado Graciano Castaño. Al día siguiente, la casa del infortunado ingeniero fué saqueada por las turbas.
(continuará)

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